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sopas de pescado y marisco

Con Sopas

J.R. Moehringer

"Entran, solos, una madre y su hijo, y su camarero es Kirk Chappell, 52, ex drogadicto y ladrón. La madre pide sopa, el hijo salmón".
J.R. Moehringer, Serving Time, Los Angeles Times, 17 de septiembre de 2006. [mQh: Cumpliendo Condena]

Mark Arax

"¿Cómo fue que unos miles de paquistaníes llegaron a vivir en medio del ‘Sueño Americano de la Uva', una ciudad construida por granjeros alemanes que cultivaban trigo, cuyos descendientes todavía vivían en pulcras casas de ladrillo y estuco bordeadas de robles y azaleas y que, los martes, todavía disfrutaban de un cuenco de cremosa sopa de remolacha por 2.89 dólares en Richmaid?"
Mark Arax en The Agent Who Might Have Saved Hamid Hayat, Los Angeles Times, 28 de mayo de 2006. [En mQh: El Agente y los Terroristas]

wordreference.com

En la entrada de lambastes:
"El cliente regañó al camarero por traer la sopa fría".
"The customer dressed down the waiter for bringing cold soup".

robin arcuri contra la sopa

La modelo de Playboy Robin Arcuri toma posición contra la sopa de hueso.

Matt Gross

"Chien nos condujo a través de las calles húmedas, y luego invitamos a Sang a una cena de cerdo estofado y sopa ácida de pescado canh chua con bong dien dien, una especie de flor de calabacín vietnamita".
Matt Gross en The Saigon of Marguerite Duras, New York Times, 30 de abril de 2006. [En mQh: El Saigón de Marguerite Duras].

Matt Gross

"El menú en los restaurantes más lujosos, como el Sky Club en el piso superior de las Torres Gemelas cuesta menos de 15 dólares por persona, con platos como sopa caliente de yogur y medallones de ternera".
Matt Gross en In Albania, a Capital Full of Contradictions, New York Times, 9 de julio de 2006. [En mQh: Capital de Contradicciones].

Mahvish Khan

"Para no decir nada de los helados que se convierten en sopa".
Mahvish Khan en My Guantanamo Diary, Washington Post, 30 de abril de 2006 [mQh : Diario de Guantánamo].

sopa picante para dos mil


La sopa más grande y picante del norte de Chile.
[Pintados, Chile]. Es seguramente la sopa picante más grande hasta la fecha de la pampa del norte de Chile. En el pueblo Pintados prepararon sopa para dos mil personas
Pueblito de Pintados preparó sopa picante más grande de la pampa, la calapurka.
El evento fue organizado por la municipalidad de Pozo Almonte, Soquimich y la minera Cerro Colorado, en el marco de la Semana del Emprendimiento, donde pequeños empresarios de la zona ofrecieron a la comunidad pinturas, artesanías y manjares.
La preparación de la típica sopa picante de la zona norte estuvo a cargo de Tatiana Bernazar y Claudia Bosso, que demoraron 7 horas en cocinar 25 kilos de carnes de vacuno, pollo y llamo, 50 kilos de maíz y 50 kilos de papas, todo esto aderezado con ají de rocoto, zanahoria y verduras surtidas.
"Hicimos la calapurka con puros ingredientes de Pintados, para promover nuestros productos y dar a conocer su calidad", dijo Tatiana. Su comadre Claudia añadió que "cocinar para 2 mil personas fue un gran desafío y nos sentimos orgullosas de haber cumplido la meta".
La calapurka generalmente se toma al amanecer.

15 de junio de 2006
©la cuarta
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Frank Bruni

"Yo me vengué con flautas de res, islotes de extrañas formas en una sazonada sopa de tomates y pimientos picantes".

Frank Bruni: Life In the Fast-Food Lane, New York Times, 24 de mayo de 2006. [mQh: Ruta de las Hamburguesas].

R.W. Apple Jr.

"[..] nos hicimos camino alegremente entre los platos de picante salchichón de jabalí, coppa (un grueso salchichón hecho del cogote del cerdo), prosciutto de cordero (que no es mi favorito), salchichón cotechino con las excepcionales lentejas del estado de Washington y una casera sopa de frijoles blancos y escarola digna de los dioses".

En A Prince of Pork: In Seattle, Recreating the Perfect Ham, New York Times, 17 de abril de 2006. [En mQh: Príncipe Entre los Jamones].

el mundo de las ostras


[R.W. Apple Jr.] Promotor reconstruye historia y habitat de las ostras en la Costa Oeste de Estados Unidos.

A mediados de los años sesenta, un joven patiperro americano llamado Jon Rowley estaba en un barato cuarto en París leyendo ‘París era una fiesta’, de Ernest Hemingway, sus recuerdos de la vida en esa ciudad publicada póstumamente en los años veinte.
Un pasaje llamaba su atención. Hemingway había escrito: "Comiendo las ostras con su fuerte sabor a mar y su deje metálico que el vino blanco fresco limpiaba, dejando sólo el sabor a mar y la pulpa sabrosa, y bebiendo el frío líquido de cada concha y perdiéndolo en el neto sabor del vino, dejé atrás la sensación de vacío y empecé a ser feliz y a hacer planes".
En ese momento, Rowley vivió una especie de epifanía que dio forma no solamente a su vida, sino eventualmente a la cultura de la ostra en el Pacífico Noroccidental. Decidió, me contó no ha mucho, "comer montones de ostras, tantas como pudiera costearme, y hacer de mi misión saber todo sobre las ostras y cómo se cultivan, distribuyen y consumen". Recorrió los mercados mayoristas de Rungis, cerca del Aeropuerto de Orly, visitó los criaderos de mariscos en Bretaña y La Rochela, escudriñó cocinas de restaurantes, tomó apuntes y fotografías y leyó todo lo que cayó en sus manos.
De pelo plateado, cara redonda y robusto, de voz suave pero de feroz concentración, a sus 62 todavía está en ello. Ha abierto ostras en Le Bernardin, en Manhattan; organizó festines de ostras en Chicago, Washington, D.C., y otros lugares; y comido miles de ostras americanas [Blue Points] y japonesas kumamotos en el Bar de Ostras de Grand Central, en Felix, de Nueva Orleans, en el Swan Oyster Depot, de San Francisco, y en otros lugares en el reino de las ostras.
Rowley se pone poético sobre la caparazón blindada que protege a la ostra, de su parecido con la cota de mallas del guerrero medieval, y sobre el encantador interior nacarado de la concha, y sobre los glicógenos, o carbohidratos acumulados que hacen que la ostra sea gorda y carnosa. Lo podrías llamar el Johnny Appleseed de la ostricultura.
"Las ostras tienen algo", dice, tranquilo, en caso de que su devoción se te haya pasado por alto. "Siempre me fascinan".
Es un fanático de las ostras. Odia las ostras chicas, por ejemplo, condenándolas por ser "apenas unas cucharadas membranosas de agua de mar" a las que no se las ha permitido alcanzar su plena dulzura y complejidad. Pertenecen a la misma categoría gastronómica, insiste, que las zanahorias baby. Le gusta chupar, no tragar. Se pregunta con un aire de incomprensión: "¿Cómo te vas a comer una ostra si no te sacas sus sabores chupando, y chupando bien?"
No sorprende que Rowley sea un promotor de la estatura de Barnum [Phineas T. Barnum, 1810-1891, popularizó el cacahuete, los clownes y los jinetes a pelo]. Fue él quien observó las virtudes extraordinarias del salmón del Río Copper en Alaska y lo trajo fresco al Lower 48 en 1983; antes llegaba enlatado o congelado. Ahora, por supuesto, su llegada anual es esperada ansiosamente por aficionados en todo el país. Ayudó a popularizar los copiosamente jugosos melocotones Frog Hollow de California con su programa Peach-O-Rama, en Seattle.
Su pasión del momento son las ostras virgínicas [Totten Inlet Virginicas],nativas de la Costa Este (Crassostrea virginica), cuyos ancestros fueron traídos aquí desde la Bahía de Chesapeake hace un siglo. Introducida en 2004 son criadas por Taylor Shellfish Farms en una ensenada que desemboca en Puget Sound. Rowley, que se encarga de su comercialización, las considera las "mejores ostras del planeta".
Sería fácil desdeñar ese comentario como publicidad ordinaria, pero sería un error. Las ostras virgínicas son extraordinariamente gordas y suaves, con un pronunciado y memorable bouquet mineral, como podrá descubrir usted mismo en el Oyster Bar, que las tiene a menudo. No muchas ostras dejan esa sensación nítida, blanda -quizás las legendarias ostras belon, de Bretaña, que han bendecido las mejores mesas parisinas durante siglos, y las enormes ostras de Colchester, de la coste este de Inglaterra, renombradas desde tiempos romanos, y pocas más.
La magia, dice Rowley, reside en una mezcla particular de algas y micro-algas en la Cala de Totten [Totten Inlet]. (Las famosas ostras francesas verdes conocidas como marennes son teñidas por microalgas; si alguna vez tiene la oportunidad, pruebe las bellezas que cultiva David Hervé y sirve Gérard Allemandou, en La Cagouille, en París). Como los vinos, las ostras son hijas de su ambiente. ¿Las pruebas? Taylor cultiva las mismas ostras en las cercanas Bahía Samish y Bahía Willapa, informa Rowley, "pero no son ni la mitad de sabrosas que las virgínicas de la Cala de Totten".

Hubo una época en que sólo se encontraba un tipo de ostra en casi todos los menús de las grandes ciudades del Este y Medio Oeste -americanas (Blue Points, que provienen sobre todo de la Bahía de Great South, Long Island). Ah, ciertamente habrá visto las llamadas wellfleets en Boston y las chincoteagues de Baltimore, pero por lo general eran virgínicas.
Ahora se encuentran ostras de todo el país y en todo el país, y el Noroeste Pacífico juega un gran papel en el mercado de mariscos. Shelton, Washington, un pequeño pueblo en Puget Sound, se halla en el centro de los acontecimientos en esta región; skookums, quilcenes, hood canals, hama hamas, snow creeks, sisters points, baywater sweets y muchas otras variedades son todas producidas en los alrededores y embarcadas a restaurantes marítimos de costa a costa.
La mayoría son japonesas (Pacifics, Crassostrea gigas), importadas primero desde Japón a principios del siglo 20 y cultivadas aquí desde entonces. Sus conchas -que van de blancas a marrón oscuro- son cóncavas, con pronunciados surcos. Son suaves cuando están maduras, saladas si son más jóvenes.
El Noroeste también produce otras especies ‘importadas’:

Las ostras europeas planas (Ostrea edulis), parecidas a las belon, tienen una textura rugosa y las conchas como minerales. Las planas de Westcott Bay, que provienen de las Islas de San Juan, al norte de aquí, entran en esta categoría. Son saladas y untuosas, con un fuerte deje a cobre.
Las japonesas (kumamotos, Crassostrea sikamea), cultivadas originalmente en la isla de Kyushu, en Japón, y ahora extintas allá, son del tamaño de un ñasco, rugosas, ricas, onduladas, cóncavas y un fresco y ligero sabor a nueces.
Las vírginicas (Crassostrea virginica), como las de la Cala de Totten.
Y las olympias (Ostrea conchaphila, u Ostrea lurida), las únicas nativas del Noroeste.
Rowley ofreció ejemplos de cada una de ellas en marzo, en Seattle, durante el congreso anual de la Asociación Internacional de Profesionales Culinarios, que incluyó banda de blues, montones de vino blanco seco, abridores campeones y chicas guapas vestidas como ostras.
En un par de horas se consumieron no menos de 250 docenas de bien enfriadas ostras, crudas en una de las mitades de la concha en el caso de este purista de las ostras, por supuesto sin salsa, por supuesto sorbidas al estilo de Seattle en la concha misma, quizás con un chorrito de limón, y no pinchada en el pequeño tenedor de ostras. Hubo 300 docenas de alegres narcisos, los primeros de la temporada, del Valle de Skagit. Duraron más que los moluscos.
Cuando la música no sonaba demasiado alto, casi se podía oír soplar al noroeste, los botes chocando contra los lados de los muelles y el graznido de las gaviotas -las ostras tienen la infinita capacidad de convocar sueños y recuerdos marítimos.

"Estamos en una época comparable a los años de 1880 y 1890", dijo Mark Kurlansky, el autor del reciente ‘The Big Oyster’ (Ballantine Books, $23.95), que participó en el congreso de Seattle. "Es como una segunda Edad Dorada de la ostra".
Durante la primera Edad Dorada, hace un siglo, los restaurantes de Seattle ofrecían una amplia selección de ostras producidas localmente. Un menú del Hotel New Washington, por ejemplo, ofrecía "Olympias, Drayton Harbors, Toke Points y Virginicas".
Pero la abundancia de hoy era inimaginable en el Noroeste hace un cuarto de siglo, dijo Rowley. A fines de los años setenta, en Seattle casi no se servían ostras en sus propias conchas, excepto en el Canlis, entonces, y ahora, uno de los principales restaurantes de la ciudad. En lugar de eso, las ostras se comían en ‘cócteles’, abiertas y cubiertas por una salsa roja con tanto rábano picante que todo sabor a mar era en gran parte conjetura, o sacadas de un frasco, metidas en conchas lavables.
Jon Rowley, que empezó su odisea marisquera en Alaska después de abandonar el Reed College de Portland, no es el único personaje pintoresco producido por el negocio de las ostras en la Costa Oeste.
También está Bill Whitbeck, conocido universalmente como ‘Oyster Bill’, que se ve como un "percebe riéndose", de acuerdo a la mujer de Rowley, Kate. Billy Marinelli es un biólogo marino convertido en pescadero, que conoce Asia tan bien como la salita de su casa. Y Bill Webb, un cascarrabias ex profesor de biología de California del Sur, que empezó las Westcott Bay Sea Farms en 1977, cuando el cultivo de ostras en esta región todavía se centraba completamente en las ostras destinadas al frasco.
Sin embargo, fue Rowley -y no uno de los tres Bill- el que probablemente jugó un papel tan importante como cualquiera en el reciente renacimiento de la olympia. El minúsculo orgullo y goce del Noroeste recibe su nombre de la rocosa, densamente forestada Península Olympic, que yace entre Puget Sound y el Océano Pacífico. Con una concha normalmente no más grande que un dolar de plata y la carne no más grande que medio dólar, tienen sin embargo un sabor salado, fresco, reparador.
Para mí, tienen el reconocible sabor del pepino. Otros hablan de un sabor a cáscara de melón.
El naturalista William Cooper, viajando por el Territorio de Washington en los años de 1850, escribió que tenían "el mismo y peculiar sabor cuprífero que se detecta en el molusco europeo cuando se lo come la primera vez".
Durante siglos fueron cosechadas por cientos de miles a lo largo de la costa del Pacífico, desde la frontera de British Columbia hasta la Bahía de San Francisco. Pero en tiempos modernos casi desaparecieron por la implacable explotación y la polución de las bahías donde florecían en el pasado.
Para 1980, hacia el fin de lo que Rowley llama la Época Oscura de la Ostra Americana, se cogieron en las aguas del estado de Washington apenas unos irrisorios 600 galones de olympias.
Rowley recuerda haber golpeado puertas en Shelton, buscando a cultivadores de ostras. Pero en 1983 había identificado suficientes fuentes como para montar "una recepción en honor de la ostra olympia y los que la cultivan" en la Ray’s Boathouse, un almacén de mariscos en la Bahía de Shishole en Seattle. La fecha era el 12 de febrero, y marcó el comienzo del retorno de una "exquisitez de clase internacional", como llamó Rowley a la ostra olympia en la invitación.
"La salud de la ostra olympia es un indicador de la calidad general de la vida en Puget Sound", dijo Rowley en esa época. "Esperamos crear un clima que conduzca en el futuro a un mejoramiento de ambas".
Una cosa llevó a la otra, y hoy las encantadoras y pequeñas olys, si no exactamente abundantes, están de vuelta en los menús de Seattle y Los Angeles y más allá. La Olympia Oyster Company, una organización de 125 años de antigüedad ubicada en un brazo de la Cala de Totten, las cultiva detrás de diques en llanuras mareales, como hace el cliente de Rowley, Taylor Shellfish, dirigido por Justin Taylor, 84, un ostrero de tercera generación, a unos kilómetros de distancia.
Desde 1999, el Puget Sound Restoration Fund, dirigido por una evangelista y marisquera llamada Betsy Peabody, ha encabezado los proyectos para recrear la población de olympias en todos sus antiguos territorios. Respaldada por los gobiernos estatal y local, la industria del marisco, las tribus de indios americanos y otros, la organización ha plantado hasta el momento más de cinco millones de ostras en más de 80 viveros experimentales en torno a Puget Sound, mayormente donde hay evidencias de lechos naturales antiguos.
La esperanza es que la reconstitución del habitat de la oly no aumentará la población de ostras sino también ayudará a purificar el estrecho, su bahía y calas -cada olympia puede filtrar entre 8 a 10 galones de agua al día- y alentar el crecimiento de las algas que nutren a la fauna marina pequeña, que a su vez sirve de alimento de especies más grandes.
Pero para gente como Rowley (y yo), es difícil concentrarse en otra cosa que en el distintivo aspecto y elegante sabor de las favoritas del pueblo natal.
"Comen plancton y fitoplancton", dijo hace poco Tim McMillin, presidente de Olympia Oyster, en una entrevista con Jeff Cox, de The Press Democrat, de Santa Rosa, California, en un impetuoso intento de explicar lo inexplicable: por qué las olys y otras ostras saben como saben. "La mezcla de esos diminutos animales y plantas afecta su sabor. El contenido mineral del sustrato donde crecen también afecta el sabor".
"El agua mineral Artesian que sale en estas ensenadas tienen un alto contenido en manganeso. Ese mineral es incorporado en las conchas donde crecen las nuevas ostras y eso fortalece su sabor. Las mareas y su efecto en algunos lugares puede cambiar sutilmente el sabor de una ostra, lo mismo que la temperatura del agua".
¡Y usted pensaba que los microclimas de los viñedos eran complicados!

24 de abril de 2006
©new york times
©traducción mQh



Marilyn Johnson

"Medio siglo antes, según parece, sobrevivió el infame campo de prisioneros de guerra Stalag 17, comiendo sopa llena de gusanos y pan hecho de serrín".

Marilyn Johnson en Last Writes, Los Angeles Times, 2 de abril de 2006. [En mQh: Sobre los obituarios]

Elizabeth Royte

"Las ostras eran baratas: se comían escabechadas, estofadas, asadas, fritas, escalfadas y escalopadas; en sopas, pasteles y pudín; para el desayuno, el almuerzo y la cena".

En The Mollusk That Made Manhattan, New York Times, 5 de marzo de 2006. [En mQh: Historia de la Ostra Neoyorquina]

Kevin Sullivan

"Sus ojos, nublados por la edad, se encienden cuando recuerda haberse encontrado con el presidente en un almuerzo en el que él "sirvió sopa a todo el mundo".

Kevin Sullivan en A Political Era Not Yet Laid to Rest, en The Washington Post, 1 de febrero de 2006. [En mQh: Tumba de Ceausescu]

Campbell Pone Sal Marina a Sus Sopas


Gigante de las sopas encontró nuevo método de reducir contenido de sodio.
Camden, Nueva Jersey.Ejecutivos de Campbell Soup Co. han venido oyendo lo mismo desde que, en los años sesenta, Andy Warhol hiciera arte con sus latas: Reducid el contenido de sodio de la sopa sin sacrificar el sabor, y la gente las consumirá todavía más.
Ahora, después de años de reducir gradualmente los niveles de sodio de sus sopas, la compañía de Camden dice que ha hecho un hallazgo importante: la de una sal marina natural de bajo contenido en sodio. Será usada en unas 30 sopas -recetas nuevas y reformuladas-, que empezarán a venderse en supermercados a partir de agosto, anunció Campbell el miércoles.
"Hemos recorrido el planeta buscando una sal marina que tuviera todos los ingredientes característicos de esta" dijo a la Associated Press el gerente general Douglas R. Conant, en una entrevista.
La compañía espera que la reducción del contenido de sodio ayudará a mejorar las ventas de sopas, que se han estabilizado recientemente después de perder terreno ante otros alimentos rápidos en los años noventa.
El contenido regular de sal es de 99.7 por ciento de cloruro de sodio. La Administración de Drogas y Alimentos FDA federal duce que los adultos no deben ingerir más de 2300 miligramos por día -más o menos una cucharilla de té.
Hace unos años, la ración promedio de una sopa Campbell era de casi la mitad del límite diario. Pero usando menos sal, la compañía bajó el promedio a 850 miligramos.
La sal marina en las nuevas sopas tiene 40 por ciento menos sodio que las sopas normales, dijo George Dowdie, vice-presidente de investigación y desarrollo en Campbell.
El cambio de sal dará a la compañía espacio para fomentar los otros beneficios para la salud de sus sopas, como hizo en los años ochenta con sus anuncios ‘La sopa es una buena comida’. La compañía accedió a abandonar esa campaña cuando el gobierno se quejó en 1989 de que estaba engañando al público debido al alto contenido de sodio.
Según normas de la FDA, los alimentos deben cumplir con ciertos criterios -tales como el contenido de algunos nutrientes, y tener bajos niveles de colesterol- antes de que su etiqueta y anuncios puedan promoverlos como "sanos". Muchas de las sopas de Campbell cumplen con todos los requisitos, excepto uno: Tienen más de 480 miligramos de sodio por ración.
Algunas de las sopas -incluyendo cuatro a seis variedades de las substanciosas sopas Chunky- estarán por debajo de ese umbral gracias a la sal marina. La compañía los anunciará como sanos y publicitará que son bajos en calorías, bajos en grasa y ricos como alimentos vegetales.
"Lo vemos como el facilitador para hablar de los otros beneficios de salud de la sopa", dijo Denise Morrison, presidente de Campbell USA. La compañía está reactivando su publicidad, tal como su Sopa como Plan de Vida, una campaña de bienestar y pérdida de peso en torno a la sopa.
La sal marina también es usada en las 12 sopas para niños de Campbell, tales como Chicken Alphabet y Kids Shapes, y versiones de las sopas que la compañía llama sus iconos: pollo con fideos, tomate y crema de champiñones.
La reducción de los niveles de sodio es la última fase de una campaña para revivir la antes poderosa compañía que ha pasado por tiempos difíciles a fines de los años noventa. Cuando Conant la retomó en 2001, prometió dar nueva vida al negocio de las sopas condensadas, que habían estado bajando durante años a medida que aparecían opciones más convenientes de comidas rápidas.
Campbell informó el 17 de febrero que sus ventas aumentaron un 2 por ciento en la primera mitad del año fiscal 2006 sobre un período de un año, a 4.4 billones de dólares, y las ventas de sopas aumentaron a la misa tasa, a 2 billones de dólares. Las ganancias netas aumentaron a 556 millones de dólares durante la primera mitad que terminó el 29 de enero, un 20 por ciento superior a hace un año, u 11 por ciento una vez reajustado tomando en cuenta los cambios.
La compañía ha dado zancadas en cuanto a la calidad, utilizando un nuevo proceso para mezclar sus sopas, que permite pedazos más grandes de verduras y un sabor más fresco e introduciendo una línea de sopas para gourmets más caras. También ha trabajado en artefactos domésticos, agregando cuencos de sopas para microondas, sopas bebibles, latas de fácil apertura y un nuevo sistema para ordenar las sopas en los supermercados.
Wall Street se mostró ligeramente animado por los cambios.
"En términos del negocio de sopas actual, están haciendo todo lo que pueden", dijo Thomas C. Morabito, un analista que estudia a la compañía para Susquehanna Financial. Dijo que simplemente no hay demasiado espacio en el negocio de la sopa, que ya es dominado por Campbell.

Campbell Soup Company

Información sobre sodio

22 de febrero de 2006

©chicago tribune
©traducción mQh

Louis Sahagún yTim Reiterman

"Morales tomó para el desayuno del lunes un cuenco de galletas de avena, luego se sirvió unos tentempiés que tenía guardados en su celda, incluyendo una sopa Top Ramen y barras de chocolates, dijo Crittendon, el portavoz de la prisión".

Louis Sahagún y Tim Reiterman en Execution of Killer-Rapist Is Postponed After Doctors Walk Out, en Los Angeles Times, 21 de febrero de 2006 [En mQh: [Posponen Ejecución de Asesino]

David Ignatius

"Están echando humos en un caldo de informes de inteligencia diarios que resaltan las lúgubres amenazas terroristas a las que hace frente Estados Unidos".

David Ignatius en An Arrogance of Power, en Washington Post, del 14 de febrero de 2006. [En mQh: Arrogancia del Poder]

Qué Cuesta una Sopa de Tiburón


[Juan Forero] Su fuente puede desaparecer.
Manta, Ecuador. Todas las mañanas temprano, la fría agua que lengüetea la playa aquí está manchada con sangre roja mientras hombres con camisetas andrajosas, malhumorados y decididos, arrojan a la arena blanca cientos de cadáveres de tiburón.
Utilizando con rápida y certera precisión cuchillos de ocho pulgadas, desmembran a los fuertes depredadores, cortándoles la cabeza, sacándoles grandes trozos de carne, cortando a tajos las colas. Lo más importante es que les corten las aletas -dorsal y pectorales-, un ‘paquete’ que puede reportar cien o más dólares.
"Eso es lo que vale la pena: las aletas", dijo Luis Salto, 57, mientras despedazaba a los tiburones. "Se venden en China".
En realidad, las aletas son exportadas a través de una red semi legal que integra a Hong Kong, Pekín, Taiwán, Singapur y otros lugares de afluencia asiáticos. Allá, por un rebosante cuenco de sopa de aletas de tiburón, que se dice que tiene cualidades medicinales y afrodisíacas, se llega a pagar hasta 200 dólares.
Este pasión por las aletas, dicen biólogos marinos, está despojando a los océanos del mundo de una de sus criaturas más antiguas, amenazando ecosistemas que ya se encuentran afectados por el exceso de pesca. Algunos tiburones, como el pez martillo y el jaquetón blanco, se han reducido hasta en un 70 por ciento en los últimos quince años, mientras otros, como el tiburón oceánico, han desaparecido del Caribe.
"Si vas a cualquier arrecife en el mundo, excepto a aquellos que están realmente protegidos, no encontrarás tiburones", dice Ransom Myers, un biólogo marino de la Universidad de Dalhousie en Halifax, Nueva Escocia. "Su valor es tan grande que tiburones completamente inofensivos, como los tiburones ballenas, son matados por sus aletas".
La Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación estima que en 2003, por cuenta baja, se capturaron unas 856 toneladas de tiburón y sus primos, las rayas y las mantas. Es el triple de la cantidad capturada 50 años antes, cuando la sopa de aleta de tiburón comenzó a convertirse en Asia en un símbolos de prestigio.
En Asia, las aletas se venden hasta por 700 dólares el kilo, llevando el valor de los tiburones a varios miles de dólares. Hace poco, en el enorme mercado de mariscos secos de Sai Ying Pun, en la Isla de Hong Kong, en los puestos de aletas de pescado no faltaban los compradores.
"Servir aletas de tiburón en los banquetes es una tradición china", dijo Chiu Ching-cheung, presidente de la Asociación de Comerciantes de Aletas de Pescado, en Hong Kong. "Sin aletas de tiburón, un banquete chino no vale absolutamente nada".
La sopa de aleta de pescado -que puede llevar champiñones, jamón ahumado, otros mariscos y consomé de pollo o agua, y se deja a fuego lento durante ocho horas- es habitual en las bodas y otras celebraciones. Servida para impresionar a los invitados, se ha hecho popular, dicen ecologistas, a medida que se expande la clase media.
"Para un montón de pescadores, capturar tiburones no era una proposición económica viable porque la carne no tenía valor", dice Peter Knights, presidente de Wild Aid, un grupo ecologista de San Francisco.
"Debido al valor de las aletas, ahora todo eso ha cambiado".
Mientras el movimiento ecologista ha crecido en Asia, con ayuda de estrellas como Jackie Chan y el director Ang Lee, los expertos dicen que la educación de los pescadores sobre el exceso de pesca es una batalla difícil. Ahora que los mares de Asia están agotados, los pescadores se están expandiendo hacia regiones que todavía abundan en tiburones, como las profundas y frías aguas del Pacífico, desde el norte de Perú hasta América Central.
Hace poco, el capitán Nelson Laje, 42, pilotaba un rastreador de 60 toneladas, La Ahijada, en el puerto de Manta, su bodega llena con 150 tintoreras y tiburones zorros, que se encuentran entre los tiburones más comunes del Pacífico. Su tripulación amarraba con cadenas montones de tiburones, que eran izados hacia el desembarcadero para ser lanzados rápidamente a los camiones frigoríficos.
"No quieren que capturemos tiburones, pero los necesitamos para pagar nuestros gastos y ganarnos la vida", dijo Laje. "El tiburón, la pesca, no desaparecerán nunca. La pesca terminará solamente cuando se acabe el agua".
En las aguas de este pequeño país sudamericano se encuentran algunos de los fondos de pesca más ricos del mundo, llenos de todo, desde bonitos hasta peces blancos de todo tipo. Hay aquí hasta 38 especies de tiburones.
Según cálculos prudentes en 2003 Ecuador exportó a China y Hong Kong más de 127 mil kilos de aletas de tiburón, el equivalente de 300 mil tiburones, dos veces más que a mediados de los años noventa. Ecuador prohibió la exportación de aletas de tiburón en2004, debido a las presiones de grupos ecologistas. Pescar tiburones es también ilegal, aunque se permite a los pescadores que posean y vendan tiburones si los capturan incidentalmente.
Pero con recursos de implementación inadecuados y una influyente industria pesquera que se opone a las regulaciones, el gobierno de Ecuador ha sido incapaz de contener la pesca de tiburones, la exportación de sus aletas o la práctica repudiada internacionalmente de finning, en la que se cortan las aletas a los tiburones en alta mar y se desecha el cadáver, dicen ecologistas y el ministerio del Medio Ambiente.
Desde 2004, más de 60 países han prohibido la técnica de finning.
Alfredo Carrasco, funcionario del ministerio del Medio Ambiente que supervisa la administración de recursos naturales, reconoció que la falta de recursos permite las "actividades ilegales". Pero también culpó a los países asiáticos, donde la importación de aletas sigue siendo legal.
Eloy Chiquito, 43, empieza su día a las cinco de la mañana, cuando llega con su cuchillo a la playa de Manta. Chiquito dice que sabe que la población de tiburones se ha reducido. Pero dice que todavía hay días en que se llevan a la playa cientos de tiburones, un signo de que las poblaciones de tiburones siguen siendo abundantes. "Podemos capturar cincuenta o más", dijo.
Cuando Antonio Llambo, un inspector de la Marina, llegó hace poco para advertirles sobre las multas y otras penas, los hombres con los cuchillos apenas si lo miraron. Los compradores no se inmutaron, y siguieron tropezando sobre cadáveres de tiburones con fardos de dólares en sus manos.
"Esa es la dinámica de Ecuador: la gente hace cosas ilegales", dijo Llambo, con una mirada de resignación.

Alyssa Lau contribuyó desde Hong Kong a este reportaje.

5 de enero de 2006

©new york times
©traducción mQh

Ann Scott Tyson

"Las madres se quejan de que no tienen zapatos para sus hijos y que sólo les pueden servir sopa".

Ann Scott Tyson en Tighter Borders Take a Toll In Iraq, en Washington Post del 11 de febrero de 2006. [En mQh: Miseria en las Fronteras de Iraq]

Maggie Jones

"Hay unas dos docenas de jóvenes sentados en sillas o en esteras tatami, comiendo ruidosamente tallarines y sopa y hablando de películas y música".

Maggie Jones en Shutting Themselves In, en New York Times, 15 de enero de 2006. [En mQh: Nueva Clase de Recluidos en Japón]