Según Su Voluntad
crónica de lisperguer
Menú de garbanzos con bacalao y espinacas. Precio según su voluntad.
Rodeado de andamios, tablones de madera y escombros, no era directamente acogedor. Pero en el último piso -de tres- del edificio, que pronto sería demolido, funcionaba uno de los centros sociales españoles de la ciudad. Lo llevaba una pareja de latinos, con la ayuda de algunos amigos y sus respectivos exes.
La mayoría de los clientes, sin embargo, eran latinos -colombianos, dominicanos, chilenos- y árabes, especialmente marroquíes.
El centro constaba de tres salones, dos de ellos habilitados. El principal, alto y espacioso, con una barra y cocina, tenía capacidad para ciento veinte personas.
Pese a que había algunas mesas a los lados, la mayor parte de los clientes debían sentarse a una de las tres largas mesas, todas ellas cubiertas con manteles de papel blanco.
La cubertería era simple, aunque clásica, y se disponía en vasos (no en la mesa directamente). Aunque eran todos materiales muy baratos, las mesas bien puestas y ordenadas causaban una pulcra y hasta elegante impresión.
No había un menú fijo en papel: lo escribían en la pizarra a la entrada. Era muy barato. Recuerdo algunos platos: gambones a plancha, calamares fritos, sopa de pescado, arroz a la marinera... El menú incluía siempre un vaso de vino de la casa y pan. La cuenta se sacaba directamente en el mantel.
Abría los fines de semana solamente. Y solía llenarse.
Para la primera Semana Santa, la cantina decidió ofrecer un menú adaptado a la ocasión: garbanzos con bacalao y espinacas. No tenía precio, proponiendo a los clientes que pagasen a su voluntad.
Así, los encargados colgaron como de costumbre carteles en otros locales y sitios de reunión de hispano-hablantes en la ciudad: Menú de Semana Santa, Según Su Voluntad.
El local empezó a llenarse temprano. Un cliente colombiano se acercó a pagar después de consumir su plato de garbanzos. Le dijeron que no había precio, que debía pagar Según Su Voluntad. Tan gratamente impresionado se quedó, que pagó una pequeña fortuna, suficiente para cubrir el consumo de todos los comensales. Y el salón principal estaba a tope.
Estas campañas lograban poner a la cantina en el centro de la atención.
Rodeado de andamios, tablones de madera y escombros, no era directamente acogedor. Pero en el último piso -de tres- del edificio, que pronto sería demolido, funcionaba uno de los centros sociales españoles de la ciudad. Lo llevaba una pareja de latinos, con la ayuda de algunos amigos y sus respectivos exes.
La mayoría de los clientes, sin embargo, eran latinos -colombianos, dominicanos, chilenos- y árabes, especialmente marroquíes.
El centro constaba de tres salones, dos de ellos habilitados. El principal, alto y espacioso, con una barra y cocina, tenía capacidad para ciento veinte personas.
Pese a que había algunas mesas a los lados, la mayor parte de los clientes debían sentarse a una de las tres largas mesas, todas ellas cubiertas con manteles de papel blanco.
La cubertería era simple, aunque clásica, y se disponía en vasos (no en la mesa directamente). Aunque eran todos materiales muy baratos, las mesas bien puestas y ordenadas causaban una pulcra y hasta elegante impresión.
No había un menú fijo en papel: lo escribían en la pizarra a la entrada. Era muy barato. Recuerdo algunos platos: gambones a plancha, calamares fritos, sopa de pescado, arroz a la marinera... El menú incluía siempre un vaso de vino de la casa y pan. La cuenta se sacaba directamente en el mantel.
Abría los fines de semana solamente. Y solía llenarse.
Para la primera Semana Santa, la cantina decidió ofrecer un menú adaptado a la ocasión: garbanzos con bacalao y espinacas. No tenía precio, proponiendo a los clientes que pagasen a su voluntad.
Así, los encargados colgaron como de costumbre carteles en otros locales y sitios de reunión de hispano-hablantes en la ciudad: Menú de Semana Santa, Según Su Voluntad.
El local empezó a llenarse temprano. Un cliente colombiano se acercó a pagar después de consumir su plato de garbanzos. Le dijeron que no había precio, que debía pagar Según Su Voluntad. Tan gratamente impresionado se quedó, que pagó una pequeña fortuna, suficiente para cubrir el consumo de todos los comensales. Y el salón principal estaba a tope.
Estas campañas lograban poner a la cantina en el centro de la atención.
1 comentario
gabriela monroy calva -
Un abrazo